Los girasoles ciegos y los ángeles machos exterminadores

«Casi todo resulta sorprendente en este libro que la editorial Anagrama publicó en enero de 2004. Su autor, Alberto Méndez, tenía 63 años cuando ve publicada esta primera obra y muere once meses después sin apenas saborear el éxito que tras su muerte tendría el libro […]

A propósito de la publicación del libro de Javier Cercas, Soldados de Salamina, decía José María Lama que o los historiadores se espabilaban o la historia reciente de nuestro país la iban a contar los novelistas. Nada más cierto. Últimamente la narrativa se ve inundada de textos referentes a la Guerra Civil Española. Ante este auge son muchas las voces que se alzan bien para celebrarlo o para recordarnos que después de tantos años la palabra “reconciliación” sea aún tan difícil de aceptar. Pero libros como Los girasoles ciegos nos ofrecen unas lecturas fascinantes que, lejos de soliviantar sensibilidades, vienen a poner de manifiesto que es necesario conocer la historia para entender el presente y proyectar el futuro. Los girasoles ciegos es un libro de cuentos articulado a lo largo de cuatro historias- cuatro derrotas- que transcurren entre el período quizá más duro de la posguerra, que va desde 1936 a 1942, y que siendo totalmente independientes están hábilmente entrelazadas entre sí. Sus personajes son seres vencidos. Seres que se encuentran en un camino, sin vuelta atrás posible, recorriendo una senda de entrega y resistencia sin ser conscientes del momento en el que se abrirá la puerta de la tragedia […]».

Reseña de Herme G. Dionis, «Vencidos victoriosos».

Destaco entre los muchos personajes de esta novela-retablo en cuatro historias la figura de la mujer tentada por una falsa divinidad falangista, el ídolo del momento, que quiso usar a Dios-a como un perro de presa contra las víctimas. A la vez, esa mujer del tercer bando no puede soportar la ascesis impuesta por la resistencia a precio de la vida. Ella y su hijo representan la vida nueva, más allá del régimen que venció a sangre y fuego, más acá de la disciplina ideológica.

Los hombres graves desaparecieron
después de haber clavado al mediodía
su bastón de solemnidad.

Quedó sola la estatua. y quedó el niño
a su sombra, riendo. Era evidente
como la hoja verde; inexplicable
también como la hoja verde.

José Hierro, «Inauguración de monumento» (1959)

Mi tía aguantó con los dientes apretados, hasta que mi tío salió de la cárcel, los ocho años de su juventud, trabajando en la «fábrica de sacos». Recuerdo de mi primera infancia que la sociedad franquista encerraba a las mujeres en cárceles morales, las etiquetaba y amenazaba. Algo que la narración de Alberto Méndez y la estupenda adaptación de José Luis Cuerda han puesto en primer plano de su acto de justicia estética con los olvidados.

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